Empieza en el sofá, ni ascensor, ni centro comercial ni nada exótico. Sólo un abrazo, buscado por uno de nosotros y anhelado por ambos, llega para despertar el deseo reprimido bajo sonrisas, los dos queremos contacto y después del accidente inicial no cesa hasta el día siguiente. Yo la rodeo con mi brazo, ella abandona la incómoda formalidad y sutilmente apoya su cabeza en mi cuello, encontrando descanso al fin.
Nos sentimos pegados y nos gusta, lo disfrutamos al límite, de forma juguetona pasa del cuello al pecho, yo me ayudo del otro brazo. Jugamos a evitar besarnos, sintiendo el calor y los latidos de nuestros torsos casi fusionados, las manos se agarran y acarician lentamente. Sin prisa, nos recreamos en las caricias, con una mano entrelazamos los dedos suavemente, una y otra vez, apenas tocándonos, previendo quizás la distancia que nos volvería a separar durante otra larga temporada.
Su sutileza habitual, pasa ahora que se siente cómoda, a un segundo plano, esta es la clase de situación en la que no se esconde, que la hace tan poderosa. Sabe lo que desea su cuerpo y no juega a esperar su recompensa, la busca sin dudar. Los dos lo esperamos, ella lo acelera, se gira y mira mi boca. Al fin los labios se buscan con lentitud, aunque decididos a no desviarse hasta beber la intensidad del otro… Al fin se tocan, después de saludarse se apartan y dejan paso a la húmeda calidez de las lenguas. Recuerdo ese sabor de su boca, tan distintivo y anhelado durante tanto tiempo, lo creía perdido en mi memoria, iluso de mí, como si los besos solo pudieran tener ese sabor.
Aunque la postura no es la idónea, no me muevo ni un ápice, su cuerpo lee mi pensamiento y contornea las caderas hasta que se posiciona en mi regazo serpenteando sobre mis piernas. Ahora podemos continuar con más naturalidad, mis manos se pierden bajo su blusa, torso desafiante, lo recorro con mis manos centímetro a centímetro, de figura delgada y esbelta recorro sus costillas una a una, hasta sus pechos, recogidos y perfectamente excitados. Pese al frio inicial de la estancia ahora ya se percibe cálido, desnudo su pecho para acariciarlo bajo su mirada. Ella hace lo mismo con el mío, nuestros labios los recorren como recogiendo un néctar invisible. Deslizo mi mano entre sus muslos y rebaño en el néctar escuchando gemidos de gozo, hasta que no puede contener las ganas de más, nos desnudamos completamente…
Está en mi mente como si se grabara con un hierro al rojo vivo…su cuerpo retorciéndose de placer bajo el mío, susurros de excitación escapándose por cada poro de su piel, sus pechos frotándose contra mí, venciendo la gravedad como si tuviéramos imanes ocultos en nuestros cuerpos, en su boca deseos de gozar con la explosión del orgasmo…